Vivimos rodeados de mentiras, pero a pesar de percibir la mentira como una cualidad negativa la perpetuamos y nos escondemos detrás de ella. Los políticos nos engañan, nuestras esposas nos engañan, la televisión nos engaña y nosotros mismos nos engañamos. ¿Es el “fake” la nueva realidad? ¿Qué nos lleva a mentirnos a nosotros y a los demás a pesar de todo?

La respuesta es: la supervivencia. Las mentiras son un mecanismo de defensa adaptativo ante la frustración por las elevadas exigencias que nos rodean. Mentimos para salvaguardar nuestra autoimagen y que esta se corresponda con el propio autoconcepto. Es decir: queremos transmitir a los demás una idea de nosotros mismos que se asemeje a como nos percibimos o nos gustaría ser percibidos.

Buscamos proyectar una mejor apariencia: ser más guapos, poderosos, educados, inteligentes y ricos de lo que somos en realidad.

Hay mentiras perversas cuando su objetivo es dañar al otro, pero también las hay piadosas cuando tienen un carácter de protección y ayuda, e incluso las hay evitativas cuando lo que se pretende es eludir el enfrentamiento con un estímulo aversivo. Pero todas ellas tienen en común que de forma más o menos consciente, generan una distorsión de la realidad fruto de nuestra capacidad de razonamiento complejo mediante la cual somos capaces de evaluar lo que los otros piensan y hacer juicios de valor.