En algún punto entre el tío al que pagas por sentarse a escuchar tus problemas sin más, y el super-hombre capaz de descifrar todos los secretos que esconde el inconsciente, estaría lo que he ido descubriendo poco a poco que significa para mí ser psicoterapeuta.
¿Es lo qué imaginaba antes de empezar a dedicarme a ello? Algunos días más que otros, pero mi visión ha ido cambiando y seguramente lo siga haciendo.
Os dejo un par de reflexiones, que si bien no son las más importantes, al menos deben ser las que le apetece contar a mi hemisferio derecho.
Una profesión llena de obviedades
Me paso el día diciendo cosas que parecen de sentido común ¡y lo son! Hay momentos en los que me siento un farsante y me digo: tío, ¿Que el miedo puede ser útil? ¿Que lo que siente es normal? …eso se lo podría decir cualquiera.
Mi función como terapeuta no es revelar grandes secretos, de hecho es probable que todo lo que te diga en consulta ya lo sepas. Pero es que lo importante no es lo que yo pueda decir.
La impotencia y la sinceridad
Me he dado cuenta que hay veces que los problemas económicos, sociales o médicos me han superado. Uno se siente impotente cuando se percata que su paciente no tendría problemas psicológicos si no fuera porque en su familia no tienen dinero, le han diagnosticado una enfermedad grave o va a entrar en la cárcel.
Ha habido momentos en los que no he sabido cómo actuar y he visto que las soluciones más evidentes se encontraban muy lejos de mi despacho. En estos casos, he optado por la sinceridad: les he intentado transmitir en qué puedo ayudar y en qué no.
Con eso quiero decir que hay momentos difíciles y lugares a los que no llegas muy a pesar tuyo. Aprender a acompañar y a hacer de muleta también forma parte de éste trabajo.
No hay respuestas fáciles
Creo que cuando empecé a estudiar psicología creía que me darían el manual de los secretos de la mente humana, pero en vez de salir con las cosas más claras sobre el por qué actuamos como lo hacemos, acabé la carrera con más dudas de las que había al principio. Así que empecé a creer en la máxima de: Duda de todo. Si parece demasiado simple, es que lo has entendido mal.
En mi despacho la gente quiere entender el “por qué” de algo, y a veces se sorprenden o se frustran cuando resulta que no hay un único “por qué” o que ni siquiera es esa la pregunta que deberían estarse haciendo.
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